Autor: Diego

¡Padres, recuperad vuestros puestos de combate educativo!

Tras el cambio del Papa Benedicto XVI al Papa Francisco no ha sido raro escuchar muchas personas comentar, como si tuvieran alguna legitimidad en tales juicios, si era mejor o peor, más conveniente o menos conveniente. En realidad todas estas opiniones y análisis son propias de conversaciones superficiales que no provienen, en mi opinión, del Espíritu Santo, pues Él ya se encargó de sopesarlo todo antes que por nosotros y de poner las cosas en el orden divino. Atrevernos a hacer esos comentarios es atrevido o cuanto menos imprudente.

Algo especialmente bueno y providencial a destacar de nuestro Papa Francisco es su capacidad de ser especialmente práctico, cercano, sencillo y breve. Sus reflexiones son muy actuales y necesarias y nos devuelven la mirada a muchos aspectos sociales de espacial urgencia. Vamos aquí hoy a recoger uno en concreto relacionado con el papel educativo de los padres.

Profesionalmente he venido observando, en la orientación familiar de estos últimos años, un paulatino, pero constante deterioro de los criterios morales y educativos familiares. Cada día veo menos capacidad de actuación educativa y más errores de sentido común, especialmente para ocuparse de los hijos desde el Espíritu de Dios, que es en definitiva la auténtica educación cristiana. Pero sobre todo observo ahora una dificultad creciente en descubrir el sentido de la familia para la santidad de sus miembros, especialmente de los esposos, quienes parece que, en muchas ocasiones, ya hayan renunciado a santificarse en la familia y en el amor propio de la educación de los hijos. Los esposos deben descubrir en cada momento y en cada acontecimiento el plan de Dios sobre su matrimonio y sobre sus hijos, pero ya no está de moda, parece ser. O por lo menos no observo que esté en el orden del día de muchas familias.

¿Acaso hemos relegado a Dios fuera de la familia y lo hemos dejado en el sagrario y en los ejercicios espirituales personales? ¿A caso ya no pensamos en que Dios guía a cada familia así como guía a su pueblo desde que se le manifestó?

Es una pregunta que profesionalmente y personalmente me parece legítima. Una vez excluido a Dios del ámbito familiar con su actividad providencial y su plan divino personal y único para cada familia, sólo nos queda ver como los primeros agentes educativos terminan siendo los psicólogos, los profesores de apoyo o los catequistas. De hecho observo a diario la pretensión de que sea el colegio quien, con su intervención, sea más educativo que formativo. Ya parece que más que dar clases, debe enseñar a los alumnos a ser personas. Y si bien una cosa no excluye la otra, la función del colegio es esencialmente formar y, sólo en un segundo lugar, educar, pues la educación es un tarea de los padres que el colegio debe de apoyar, pero no inventar. Hoy se pretende que los colegios enseñen a los alumnos la disciplina, el orden, a ser amigos, que trabaje la autoestima con programas específicos, que haga análisis funcionales de conductas para intervenir en las más desadaptativas o instaurar nuevos hábitos saludables e incluso que enseñe a comer y ser educados. Por supuesto en este paquete va incluida la transmisión de la fe. En el colegio o en la parroquia es donde ahora más se espera que los hijos aprendan sobre Dios, la Iglesia, el amor y las virtudes humanas o incluso la educación afectivo-sexual.

Me parece tremendo. Estamos viviendo un suicidio familiar en el que los padres han dejado de ver a Dios en sus vidas y en el que la primera consecuencia es la falta de crecimiento en la fe auténtica, la que lleva a vivir en la presencia de Dios y no en ir a cumplir unos preceptos. Porque a veces una voluntad movida con fuerza para hacer sacrificios, oración o voluntariado, puede ser más tóxica que el odio resentido del apóstata. Los preceptos y las obras buenas no lo son por sí mismo, sino porque anuncian un corazón abierto desde la fe, la esperanza y la caridad. Son los frutos del amor que se vive. Un cristiano no debería centrar su actividad evangelizadora en muchas actividades, sino en un testimonio de vida personal. A algunos el Señor les pide que además se manifiesten en cargos políticos, económicos, educativos, etc. y él se encarga de darles dichas autoridades o puestos, pero siempre al servicio de los demás, no para su ego narcisista. Es importante este concepto porque para un padre de familia, su camino ordinario de santificación principal es su esposa y sus hijos, no otro. Nunca debería prevalecer el trabajo. Si esto se olvida, en breve la educación de los hijos es vista como una restricción a la carrera profesional primero y al tiempo de ocio después. Es entonces cuando los problemas y las dificultades se acentúan, los hijos empiezan a estorbar y, finalmente, se convierten en cargas excesivas. Claramente los problemas de ésta índole, y llevados de esta manera, alejan cada vez más del Dios verdadero y finalmente también del Dios que nos habremos hecho a medida. Casi siempre la situación se hace incandescente a nivel matrimonial y familiar, por lo que empapados del espíritu del mundo y sus fáciles soluciones basadas en la renuncia y la comodidad o la entrega a los apetitos más subjetivos y egoístas, se abren las ventanas del divorcio y de la delegación a otros profesionales para la solución de un problema que está, en realidad, en el fondo del corazón, ya cerrado al amor verdadero, a la sencillez, a la renuncia de uno mismo por los demás, etc.

Así que me alegra que el Papa Francisco, acertando una vez más con la oportunidad del asunto y del consejo de la catequesis del 20 de mayo de 2015 (aquí la catequesis), proponga a los padres que vuelvan a ser los protagonistas de la educación.

Yo también me sumo a su invitación, haciéndole eco: ¡Padres, recuperad vuestros puestos de combate educativo, antes de que no podáis reconocer a vuestros propios hijos u os olvidéis quiénes sois!

No habrá jamás psicólogo que ame a vuestros hijos como vosotros, nunca será tan comprensivo el profesor de apoyo, ni la tía que es “profe de mates” o el primo que saca buenas notas, y nunca sus profesores le transmitirán el amor con la misma fuerza y profundidad que podéis vosotros en el día a día. Pero sobre todo, difícilmente aprenderán con otros a ser padre o madre y sentirse amados incondicionalmente, a pesar de sus éxitos, a pesar de sus bondades mayores o menores. Son los padres quienes están llamados a reflejar el verdadero sentido personal que Dios tiene para los hijos y que sólo Él, en el cielo, terminará por realizar. Se descubre la gracia de Dios en el acto educativo, no cuando se anticipa o planifica. Hay que ponerse a ello para que Dios nos muestre el camino. Hay que dedicarle tiempo, planificar desde el amor y el conocimiento de los hijos, tener esperanza y paciencia, dialogar mucho. Padres, volved al puesto de combate. Los hijos necesitan de vosotros, ¡nos necesitan! Hay que amarles antes de que cambien y no para que cambien, esto es, incondicionalmente, pero sobre todo urge entender que Dios no nos abandona a nuestro dolor o en nuestra dificultad, sino que las permite para que, misteriosamente, en ella le descubramos.

Y ¿cómo ocurrirá si delegamos en otros? No sería la primera vez que he conocido yo más a un alumno en pocas horas de evaluación y entrevista, que sus padres en toda su vida… Porque al hijo hay que conocerle desde dentro, no sólo observándole desde fuera. Hay que pararse a su lado, escucharle en su modo de expresarse, hacerle presente en cada momento familiar, si no éste le resbalará y no lo aprovechará para expresarse y crecer. Dios pasa en la presencia de una mirada, en un abrazo oportuno en el modo y en el momento justo, en el castigo que es recogido al final con amor y sin gritos de descarga emocional, en la ayuda paciente a asumir el orden diario y las reglas de la casa, pero en definitiva, por la intención libre y entregada de los padres de enseñar al hijo que es amado para que un día él también pueda dar ese amor, y no tanto para que en el momento deje de incordiar, molestar o de quitarnos tiempo.

“El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mt 16, 24), ¿no? ¿Acaso divorciarse cuando la relación se hace difícil no es renunciar a la cruz?, ¿o mandar al hijo a terapia, al neurólogo, al psiquiatra y clases de apoyo para que resuelvan su problema no es renunciar a la cruz?, ¿o pensar que “no tengo tiempo para mí”, mi pádel, mi gimnasio, mis salidas con mis amigos, mi partido de futbol en el bar, etc., no es mirarme el ombligo más que a mis hijos o a mi esposa/o? Quizás a veces se nos olvida el final de la cruz. Quizás hemos reducido el concepto de cruz a un concepto light más próximo a la dificultad que a la muerte. No. La cruz es el camino de los padres para salvarse, santificarse y encontrarse con Dios, pero debemos verla, aceptarla y subirnos voluntariamente para que sea realmente salvadora, de lo contrario, ni salva, ni es verdadera, ni es Cruz.

Quiero concluir con el final de la catequesis del Papa: “Es el momento de que los padres y las madres regresen de su exilio, – porque se han auto-exiliado de la educación de los hijos -, y re-asuman plenamente su papel educativo. Esperemos que el Señor conceda a los padres esta gracia: de no auto-exiliarse en la educación de los hijos. Y esto solamente puede hacerlo el amor, la ternura y la paciencia.”

Digamos sí a Dios, digamos sí a la familia, digamos sí a la santidad en la educación familiar. Digamos sí al amor de la Cruz, no a los sucedáneos del mundo. Porque también el matrimonio y la familia pueden dar como fruto auténtico santos padres que encarnen el mismo amor de Cristo.

Que Dios os bendiga y os dé su paz.

La educación según Mafalda

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¿Pueden los padres llenar su vacío existencial con los hijos?

Pues no creo que los hijos puedan ni deban llenar el vacío existencial de los padres. Me parece tremendo. Los hijos serían entonces un derecho, pues tengo derecho a la plenitud a la que estoy llamado ontológicamente. No. Los hijos son un don de Dios, son personas que Dios encomienda a unos pobres padres para que estos les lleven a Dios y en esta tarea (compartida y no unilateral) se descubren a sí mismos necesitados de Dios. En esta tarea descubrimos que somos duales en la relación paterno-filial, somos padres o madres, pero también hijos. Los hijos no están para llenar ningún vacío, aunque puedan conseguir aportar en esa dirección, y no podemos decir eso sin instrumentalizarlos. Las personas son para ir a Dios y nos ayudamos en esta tarea. Pero sólo Dios puede y debe llenar ese vacío. Tener sed implica que exista agua. Quien tiene sed la buscará, aunque no la haya visto nunca. Es un deseo parecido al de Dios, y que el mismo Jesús retoma cuando dice en la cruz «tengo sed». Pero atención, la Coca-Cola puede parecer aliviar la sed, sin embargo no lo hará. Los hijos son un camino de amor en el que descubrimos a Dios y se aclara el sentido de nuestra vida. Pero no paro de ver desastres familiares entre aquellos que creen que el cónyuge, los hijos, el trabajo, o lo que queráis, sea quien llene ese vacío. Si no somos capaces de meter a Cristo como camino y al Padre como fin, nuestro amor no dejará de ser indeciso. Hay muchas ilusiones que el demonio usa para desviarnos, y no siempre son malas, a veces simplemente no son lo suficientemente verdaderas.

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Hola, quería pedirle ayuda, últimamente me siento sola, nada me anima y me siento rechazada. ¿Qué recomienda ante un caso así?

Pregunta recogida desde la plataforma Ask.fm el 5/5/2015

Cada persona es única y responder a una pregunta tan específica sin conocer el ‘quién’ que tu eres, es muy complicado. De forma general, a quien se siente así, le diría lo siguiente:

1. No nos definimos por lo que sentimos, sino por el plan que Dios tiene sobre nosotros (pues somos amados personalmente por Dios). Es un plan de amor, que no descubriremos del todo hasta verle cara a cara, pero que siempre conlleva una cruz. Algunos la tienen muy grande, otros más pequeña. Para algunos es física, para otros espiritual. Para algunos está relacionada con alguien cercano (en familia, por ej.), para otros tiene que ver con gente más bien lejana (grupos de personas encomendados, por ej.). Siempre querríamos otra cruz (una diferente), pero en realidad, la que tenemos es la mejor para nosotros.

2. Solemos querer tener el control de nuestra vida y a veces hasta pensamos que es así. En realidad el control es una ilusión de nuestra inseguridad que enturbia nuestra libertad y nuestro entendimiento. Estamos en las manos de Dios, así que la lógica de la sencillez es dejarse hacer por él. Es la regla del Amor que obedece hasta la cruz. Muchos santos han estado en una continua noche oscura, otros en grandes depresiones. No se trata de estar bien, sino de estar en Dios, de descansar en él, dejarle llevar nuestra vida. Se trata de descubrir su amor en la providencia, dejando de controlarlo todo, sin anticiparse, sino esperando que se manifieste.

Antes de escribirte he estado rezando y pensando unos días. Esperaba una señal providencial y hace poco llegó. Una amiga mía posteó una canción muy bonita que te ayudará. Estoy convencido que son palabras para ti: https://m.youtube.com/watch?v=hpiselSempY

Muchas veces no entendemos el significado de lo que vivimos, pero siempre lo tiene. Si buscamos en la oración, en la verdad, en el Espíritu del Señor,… Dios saldrá al encuentro. Te aconsejo rezar mucho el rosario, por lo menos uno al día (despacio y devotamente). Cristo es varón y a veces deja que sus ovejas aprendan lecciones que su madre, María, como buena mujer, trata de evitar que pasemos. De la mano de María es más fácil llegar a Jesús y conocerle. Si quieres hacer algo más, mi mejor opción es sin duda el ayuno y la adoración eucarística. Prueba ayudar a pan y agua los miércoles y los viernes y ve a hacer adoración y misa todos los jueves, con devoción. Y si quieres una guinda o un «dulcis in fundo», pídele al Señor estar mejor con una novena a la Divina Misericordia y reza la Coronilla de la Divina Misericordia todos los días a las 15 de la tarde (especialmente los viernes). Y no olvides que la confesión no es sólo el perdón de los pecados, sino la gracia para no volver a caer y vivir en el Señor.

A veces Dios permite dolores y sufrimientos porque pide entrega y oblación, pero muchas otras veces simplemente nos purifica y aumenta el deseo, o nos ayuda a expirar en esta vida algo que después sería una factura muy grande. En todo caso hay que estar agradecidos y no caer en el pecado de orgullo y soberbia al estilo nietzschano.

Te dejo una cita que personalmente me ha ayudado mucho. Puedes buscar la película del santo, merece la pena.

«Ama la verdad, muéstrate como eres sin falsedades, sin miedos ni miramientos. Y si la verdad te cuesta la persecución, acéptala; si te cuesta el tormento, sopórtalo. Y si por la verdad tuvieses que sacrificarte tu mismo y tu vida, sé fuerte en el sacrificio.»

San José Moscati (17 de octubre de 1922)

Que Dios te bendiga y te muestre su rostro. Un abrazo en el Señor.

Soledad

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Educador, atrévete al amor

Pensamos a veces que el mejor profesor es aquel que sabe mucho y que sabe comunicarse bien. No está de más, desde luego, pero el saber, lejos de ser lo principal, sólo adquiere su significado profundo desde el amor. ¿Tiene sentido hablar de amor en la tarea del profesor? Yo creo que sí. La razón principal es que antes de entender a un profesor como tal, hay que entenderle como un educador. Un educador es alguien capaz de ser ejemplo atrayente de felicidad y sentido. Todos, los alumnos más aún, estamos en continua búsqueda de un horizonte que valga la pena, de una causa a la que destinar nuestra libertad, algo que tenga que ver con nuestro corazón y que valga la pena. Nadie puede hacerse diana de esto, pero sí puede mostrar un horizonte al que él mismo aspira. Esto los alumnos lo entienden enseguida, pues están sedientos de un modelo de esperanza y de misericordia, bueno y verdadero, esto es, auténtico. El profesor debe de ser capaz de asumir esta tarea en su clase, saber enamorar a los alumnos, a través de sus clases, de dicho horizonte. Así los padres también en los quehaceres diarios. Hay que enamorar ‘con’ y ‘en’ lo sencillo, pues a veces lo ordinario puede ser lo extraordinario que nos pedía Dios.

Pero nos encontramos con una enorme dificultad en los colegios. No parece que todos los alumnos respondan con entusiasmo y agradecimiento a nuestra propuesta de vida. Parecen estar muy pendientes de sus necesidades básicas, simples, técnicas, inmediatas e incluso egoístas. Pero he aquí la reflexión que querría hacer en este escrito: no amamos a nuestros hijos o a nuestros alumnos para que sean agradecidos. Tampoco lo hacemos para sentirnos mejor o para que sean personas buenas y educadas. Debemos de amar antes de que el otro cambie para que nuestro amor no sea condicional. No queremos a nuestros alumnos o a nuestros hijos para que cambien. A veces parece que exigimos buenos comportamientos más para que dejen de molestarnos y cansarnos que porque sea lo mejor para ellos. Les amamos ahora con la esperanza de que un día, cuando Dios les ilumine, descubran que sí han sido queridos. Nos entregamos a ellos cada día como una madre en la sombra prepara las comidas, los uniformes  y no descansa para seguir preparando tortitas una tarde de sábado, para que se sepan amados cuando lo necesiten. O como un profesor que repite cada año y de forma nueva los mismos consejos, una y otra vez, pero siempre con mayor y fresca convicción, con amor esperanzador. Cada día que nuestros educandos reciben nuestro amor y nuestra entrega, nuestro sacrificio y nuestra perseverancia, es como si recibieran un dinero en una cuenta corriente.  Una cuenta corriente que ellos desconocen siquiera tener, pero que cuando lo hagan verán llena de un dinero que es suyo. ¡Qué tristeza amar con los “si tú no… yo tampoco”, “Como tú no… yo tampoco” o “cuando hagas… entonces yo”. Esto no es amor incondicional y no es educación. Si no estudia, no obedece, si rechaza nuestros consejos, nuestra ayuda o incluso duda de que le queramos con quejas e insultos de desprecio, ni unos padres ni un educador que se aprecie como tal, y como cristiano, tiene el derecho de tirar la toalla, pues es precisamente en esos momentos donde se demuestra nuestra valentía en el amor de Dios. Es cuando comprobamos la autenticidad de nuestra relación de amor con Dios. ¿Acaso no hacemos nosotros lo mismo con Dios?, ¿no continuamos defraudándole con nuestro orgullo, con nuestra soberbia, pensando saberlo todo y justificando todos los días nuestro obrar? Y el Señor nos espera, nos sigue amando con paciencia y en la esperanza de que un día reconozcamos que hemos sido amados cada uno de los días que nosotros le explicábamos, razonada y justificadamente, que lo estaba haciendo francamente mal. Así somos nosotros con Dios y así es Dios con nosotros. Pues un buen educador que quiere santificarse en su trabajo diario en clase, o en la educación con sus hijos, deberá reflexionar humildemente sobre su vocación, pues un día, no muy lejano, nos pedirán cuenta del amor que no hemos dado a los hijos de Dios que Él mismo nos encomendó. No amamos para recibir ahora, sino porque hemos sido amados primero y ahora desbordamos de ese amor incontenible. Amamos a los demás sólo en la medida que nos hemos sentido amados por Dios y en la que hemos reconocido nuestra indigencia. Somos hijos en el hijo, Cristo nos ha traído la vida, pero nosotros no merecíamos nada. Conscientes de nuestra miseria, agradecidos de estar en el Corazón de Dios y felices de saber que a pesar de ello Dios nos encomienda a sus hijos para que les enseñemos el mejor horizonte que lleva a los brazos del Padre, recojamos con ánimo y con fuerza la tarea de educar en la esperanza del amor de Dios y no para que dejen de molestarnos las astillas de nuestra cruz. Esta cruz tenemos que abrazarla y besarla, pues es personal y la que nos lleva al cielo. No nos enfademos ligeramente con nuestros alumnos e hijos, no tiremos la toalla con ellos, no nos cansemos de perdonarles, explicarles los verdaderos motivos de la vida, consolarles ante sus propias miserias y debilidades, no nos olvidemos nuestra propia necesidad de lo mismo y, junto a Dios y pidiéndole cada día el Espíritu Santo, caminemos “cristiformados” y renovados, con ardiente deseo de ganar cada día un poquito más a cada hijo que Dios nos encomienda. Paz y bien y mucha conversión.

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¿Estás satisfecho contigo mismo?

El optimismo de la esperanza cristiana está precisamente siempre insatisfecho. La esperanza implica insatisfacción. No reduzcas tu optimismo a la satisfacción, ni creas que es bastante lo que has hecho, descartarías la capacidad de donación como imagen de Dios y te instalarías en el ahora.

La esperanza es siempre insatisfecha, sin llegar a ser intranquilidad o agitación, sin insultar al presente. El futuro cuenta contigo, te propone una tarea que te compromete íntimamente y en la que te arriesgas, porque sin riesgo no hay novedad. Si contaras con todos los recursos, no aportarías nada nuevo, no mejorarías, no contarías con nadie, no tendrías esperanza.

Adelántate siempre en el amor con esperanza, siempre insatisfecho por amar más y mejor. Ésta es la verdadera autoestima. No saberse valioso, ni auto convencerse de grandes posibilidades personales, sino saberse y sentirse amado. Es uno de los errores modernos que más se filtra en los diagnósticos psicológicos y que se disfraza de trastornos emocionales.

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La psicología actual es inútil, no entiende a la persona.

Cada día veo informes de psicología, psicopedagogía y psiquiatría de todo tipo en mi trabajo de orientador en un colegio y cada vez observo más disgustado el contenido de las terapias, los objetivos que se proponen los terapeutas, las razones que dan del problema personal, familiar o académico.

Lo único que se sabe proponer ahora en psicología experimental y psiquiatría (¡¡y hablo también de las mejores consultas cristianas!!) es proponer reestructuración cognitiva, relajación barata y narcisista (QUE NO FUNCIONA porque no arregla desde dentro de la persona), trabajar una falsa autoestima, reducidas habilidades sociales o emocionales, potenciar la asertividad y … yo, yo y más yo. Es no entender ni una pizca lo que significa ser persona, su estructura donal, su trascendentalidad, su vocación al amor, su afectividad, el significado profundo de la familia y la educaión. ¡Una persona cambia por amor (que es personal), no por una técnica! 

Esto NO resolverá nunca nada y NUNCA irá al cogollo del comportamiento libre del ser humano angustiado por no encontrarse en la profundidad de su intimidad con Dios y con los demás a través de Jesucristo. Son terapias autoreferenciadas y centradas en el «yo mismo» de Don Palomo (yo me lo guiso y yo me lo como).

Nadie se sana ni encontrará JAMÁS verdadera paz, si no se le ayuda a descubrirse necesitado de Cristo (que es lo mismo decir «de Verdad humana»), luego encontrarse con él y finalmente en centrarse en los demás. Basta ya de terapias del «yo», promovamos enfoques «hacia el tú». Si la vocación está en Cristo y en la santidad, ¿cómo no va a ser ése el camino de la la salud mental y de la felicidad?

¿Quieres estar bien? Pregúntate en todo momento por qué haces todo lo que haces, cada día, en cada momento. Por qué te despiertas y para quién mueres cada minuto que hace 60 segundo no poseías. Oriéntalo y verás que si buscas la felicidad, te dirigirás a Dios.

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Cómo ganarse el respeto de nuestros alumnos

Ganarse el respeto de los alumnos es algo que a todos los docentes nos interesa tanto como nos preocupa. Lo cierto es que trabajar en un grupo en el que los alumnos te admiren y te respeten supone una gran satisfacción tanto en el plano personal como en el plano profesional. En muchas ocasiones tendemos a confundir el respeto con la autoridad y no es así.

Unas ideas para ganarse el respeto de los alumnos y así poder trabajar en unas condiciones óptimas en el aula y, por supuesto, ser más productivos, pueden ser las siguientes:

1. Dar ejemplo. El docente no tiene la misma posición que el alumno en el aula. En muchas ocasiones tendemos a distanciarnos mucho de nuestros estudiantes y ello conlleva un cierto peligro. A mayor distanciamiento con tus alumnos, más difícil se hace ganarse su respeto, ya que te ven más como una autoridad que como un docente con ganas de transmitir valores y conocimientos. Dar ejemplo a tus alumnos es algo tan sencillo como respetar las normas del centro y echar a un lado lo que entenderíamos como privilegios. Para dar ejemplo debemos evitar:

  • La falta de puntualidad al inicio y al final de la sesión lectiva.
  • El uso del móvil en el aula sin una finalidad estrictamente educativa.
  • Ausentarse del aula con regularidad. Demuestra falta de previsión y de planificación.
  • El retraso en la corrección de pruebas, exámenes y trabajos.
  • Faltar al respeto a nuestros alumnos. Es importante llamarles la atención a solas, no en clase para cuestiones humillantes.
  • El trato desigual a tus alumnos.
  • Ser coherentes entre lo que se dice y lo que se hace, respetando en todo momento las reglas del centro.

2. Tono de voz. El tono de voz es un aspecto determinante para ganarse el respeto de tus alumnos. En muchas ocasiones nuestro tono de voz determina la motivación de los alumnos. Hay que evitar un tono monótono y cansino porque provoca que el alumno deje de escucharnos. En muchas ocasiones nuestro tono de voz no es el adecuado y refleja con demasiada claridad nuestro estado de ánimo. No es mejor profesor aquel que tiene un mayor tono de voz. Es importante que nuestra voz refleje decisión y pasión, que nos creamos aquello que estamos transmitiendo, que mostremos lo atractivo y bello de lo que enseñamos, y, finalmente, que evitemos vacilaciones y anacolutos (no finalizar una oración y empezar con otra). Además, es fundamental sacar partido a nuestra voz y para ello es recomendable tener unos hábitos saludables como:

  • Hidratarse durante toda la jornada laboral.
  • Evitar gritar.
  • Evitar hablar en el momento en que varios alumnos lo estén haciendo al mismo tiempo.
  • Tener una conducta postural adecuada.
  • No hablar mientras borramos la pizarra.
  • Aprender a respirar con el diafragma.
  • Expulsar el aire por la nariz.

3. Actitud corporal. Otro factor para ganarse el respeto de nuestros alumnos es la actitud corporal con la que afrontamos una clase. Es fundamental que noten nuestra presencia en el aula en todo momento. Nuestra actitud corporal debe ser decidida y enérgica, porque en muchas ocasiones transmite mucho más que nuestra voz. Debemos ser capaces de utilizar todo nuestro cuerpo para captar la atención de nuestros alumnos. El lenguaje no verbal es un tipo de lenguaje que complementa nuestras enseñanzas y es una herramienta muy útil para reforzar los contenidos. Para ello es recomendable:

  • Gesticular con las manos cuando pretendamos destacar un aspecto que nos parece importante.
  • Movernos de vez en cuando por toda la clase (sin marear).
  • Ser expresivos con nuestro rostro a la hora de manifestar sentimientos, deseos u órdenes.
  • Caminar erguidos y con paso decidido y firme.
  • Mirar al alumno que nos está hablando en ese momento, y especialmente al que se distrae fácilmente.
  • Estar callados y utilizar nuestro cuerpo cuando en el aula se producen conductas disruptivas. Hay veces que un gesto es mucho más eficaz que dar una orden de forma oral.

4. Preparación y coherencia. Otro factor muy a tener en cuenta de cara a ganarse el respeto de tus alumnos es preparar a conciencia las clases y que éstas sean coherentes con los contenidos previstos en la programación. Los alumnos valoran enormemente a los profesores que saben en todo momento qué hacer en sus clases. Es muy importante que no vacilemos durante la clase sobre lo que se va a trabajar. Es el docente el que decide en todo momento qué hacer en el aula, qué es lo esencial, que se puede omitir y qué no. De no ser así, el respeto de los alumnos se verá afectado porque perderéis capacidad de decisión y de control del aula. Otro factor, relacionado con este punto, es evitar preguntar a vuestros alumnos en qué punto del tema os habíais quedado o corregir ejercicios que ya se habían corregido el día anterior. Los alumnos notan en seguida que la clase no está preparada y eso hace que aumente la disrupción en el aula, provoque la queja de los alumnos y sea más difícil conseguir el respeto.

5. Empatía y cercanía. La empatía es un aspecto fundamental en el proceso educativo, pues es sabernos poner en la piel de nuestros alumnos mediante la escucha activa, comprendiendo la realidad y la experiencia de la que parte el alumno. Escuchar con atención a nuestros alumnos y asentir la cabeza ayuda ganarnos su respeto. Los estudiantes valoran enormemente que conectemos con ellos, que nos hagamos partícipes tanto de sus logros como de sus fracasos, tanto de sus alegrías como de sus preocupaciones. Ser docente, sin ser empático, es algo que no se puede concebir en la educación. La empatía brota del deseo de caridad, amar al alumno. Aquellos docentes que carecen de empatía son, por lo general, aquellos que tienen más problemas de relación con los demás. La empatía se relaciona con la escucha y ésta con el tiempo dedicado a hablar con él. Sin una buena relación bidireccional, no hay escucha, ni facilitamos una buena actitud para el aprendizaje.

El respeto de un profesor viene determinado por sus actuaciones en el aula y la calidad de su relación con los alumnos, sobre todo fuera del aula. No tiene nada que ver con el hecho de ser hombre o mujer, de ser un profesor recién llegado o un veterano, aunque la experiencia pueda ayudar. El respeto de los alumnos depende de nuestro trabajo, nuestra profesionalidad como docente, pero sobre todo de nuestra entrega cercana (humilde) e interesada dedicación, es decir, depende de la pasión con que llevemos a cabo nuestras clases. Así conseguiremos una de las grandes satisfacciones para un docente, el respeto y la admiración de nuestros alumnos.

Readaptación de: http://justificaturespuesta.com/5-consejos-para-ganarse-el-respeto-de-tus-alumnos

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6 sanas ideas para vivir mejor la vocación del educador

Resumen de 6 sanas ideas para vivir mejor la vocación del educador expuestas en el curso de educación afectivo sexual del 24 de mayo de la Fundación Educatio Servanda:

1. El sentido de la rebeldía adolescente (y no sólo) sirve para comprobar la existencia, el alcance y la solidez de los límites, pero en sí misma no es mala. además, les permite a los adolescentes comprobar el amor de los padres, es decir, que sea un amor valiente y fiel, capaz de ser un referente a seguir;

2. La pregunta adecuada del educador no es NUNCA «Qué hay de malo», sino «Qué hay de bueno» ya que todo lo que hacemos (Programas TV, uso móvil, horarios salidas, consolas, etc.) es educativo. Si no lo hacemos educativo nosotros, según nuestros criterios, les educará para algo que no queremos o no conocemos.

3. No se educa sin misericordia, sobre todo entendiéndola como «yo te quiero antes de que cambies, antes de que seas lo que quiero, antes de que seas bueno, antes de tus aprobados o de mis expectativas». Implica por lo tanto
– paciencia, una buena relación de diálogo bidireccional con el hijo/alumno;
– no puede dejar de lado el poner en juego la libertad del otro;
– es mejor que experimente el fracaso ante sus elecciones equivocadas y que pueda volverá un hogar estable y seguro. Ni podemos ir tras él y sus errores asustados, ni podemos echarle de casa y de nuestro corazón de padres. Esa es la firmeza y seguridad que necesita el educando. Es la misma actitud del Señor en la parábola del hijo pródigo, quien espera a su hijo con paciencia todas las noches, y que, si bien no sale tras él cuando se marcha, cuando el hijo vuelve a casa, lo acoge con inmensa fiesta y alegría.

4. La convicción del educando, tan ansiada por los padres, nace en el momento en el que se comprueba, en la propia experiencia, lo que otro me dice que es un bien para mi. Las normas tienen que ser conocidas desde el bien que tratan de defender y custodiar, por lo que, propiamente, es una cuestión de amor, no de normatividad.

5. No da igual vivir experiencias malas. Éstas nos marcan y dejan una huella, un olor a negatividad que merman la vocación a la felicidad plena, por eso hay que elegir los tiempos dedicados a cada cosa y las experiencias que se propongan a los hijos.

6. Educar es introducir a la realidad, acompañarle con guía segura para que se tome en serio su propio corazón y que lo ponga a prueba teniendo a los educadores que le quieren como referencia y modelo. Hay que enseñarles que tienen un horizonte más grande que el que se proponen ellos e incluso más grande que el de los padres.

Ver: http://www.educatioservanda.org/curso-afectividad

Curso: CÓMO EDUCAR EN EL AMOR http://www.educatioservanda.org/curso-afectividad/

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