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¿Cómo atender psicológicamente a los que no tienen una vida de fe?

Es una pregunta muy interesante porque habla de la continuidad que existe entre la vida creada y la vida eterna, es decir, entre el hombre y Dios. Dios nos creó para él y las claves de nuestra semejanza a él (la voluntad, la libertad, el amor y el conocer íntimo y personal) son precisamente las que fuerzan que nuestra vida se dirija en la dirección establecida por Dios para que seamos felices. Dicho de otro modo, el hombre sólo puede ser feliz si descubre a Dios en su vida y sólo alcanzará la plenitud de esa felicidad si busca hacerlo a través de una vida radicalmente evangélica.

El Evangelio nos recuerda muchas cosas, pero para lo que queremos investigar ahora, sobre todo nos recuerda que estamos en el mundo, pero no somos del mundo (Jn 5,19), que hemos renacido del Espíritu Santo para vivir una vida de Dios y no de sólo hombres (Jn 3,5), que inhabitamos la Santísima Trinidad dentro de nosotros (Jn 14,23) y que debemos de tenerlo SIEMPRE presentes, dormidos o despiertos, que existe un pecado original que nos quitó la gracia para la que estábamos hechos (Rm 3,23), pero también que el sacrificio de Cristo y los sacramentos que ha establecido en su Iglesia nos pueden devolver esa gracia (Rm 5,20), y también, si queremos, que un día Cristo volverá a restaurar con plenitud y gloria ese Reino (CIC n. 668-679) que pedimos en el Padre Nuestro (previa tribulación purificadora que, en mi humilde opinión ya estamos viviendo de algún modo).

La vida del Evangelio es capaz de devolver el equilibrio psicofísico que por el pecado de la gracia se perdió, una vida sacramental bien vivida es capaz de sanar los corazones y devolver las esperanzas ante el dolor y la muerte que permanecen en este mundo. Como dice el Magisterio:

«A través de toda la historia del hombre se extiende una dura batalla contra los poderes de las tinieblas que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará hasta el último día, según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí mismo» (GS 37,2)

Pero es cierto que quien no quiere vivir en la línea de Dios se encuentra con serios problemas. Primero de incongruencia, luego de dificultad y finalmente de pérdida de sentido, que es el principio de inversión de la dinámica de la felicidad. Trataré de explicarlos brevemente.

La incongruencia nace del sentir por dentro una fuerte llamada a la felicidad y a la plenitud y ver que es inalcanzable por nuestras fuerzas. Aquí la mayoría de los alejados de Dios se esfuerzan en desarrollar diferentes vías que la filosofía ya ha trazado: negar la posibilidad real de la felicidad, inventarse caminos espirituales tipo Nueva Era, creer sólo en la vida inmanente y material abandonándose a un “sálvese quien pueda” en esta vida dedicándose a acumular dinero y conseguir placeres. Todo está inventado. Sin embargo, el deseo de plenitud y no sólo de felicidad o bienestar, sigue latiendo con fuerza y como nunca se puede ni acallar ni satisfacer, al ser una necesidad ontológica que Dios ha puesto en nosotros, el dolor interior crece constantemente generando una incongruencia enorme entre lo que se vive y lo que se desea realmente.

Esto introduce al siguiente paso: la dificultad. Es difícil levantarse cada mañana sin un propósito verdadero, trabajar con gusto y vocación, valorar nuestro planeta a largo plazo y la cultura heredada, entregar la vida en una relación familiar, permanecer a lado de la misma persona con sus defectos y todas las dificultades que implica la muerte a uno mismo para el nacer de una realidad dual (por no decir tríadica). En realidad no es ni fácil ni difícil, como decía un amigo mío, sino que es imposible. Sólo se logra con la gracia de Dios y para eso se necesita estar encaminados a ella.

Evidentemente una vida con continuas dificultades genera un cansancio psicofísico que se suma al espiritual y que genera un desorden interior importante. Este desorden manifiesta un vacío interior y un sinsentido exponencial que se expresa en todas esas innumerables y cambiantes patologías que se recogen en los manuales diagnósticos de las enfermedades (DSM o CIE). Estas patologías o comportamientos conductuales o afectivos anómalos están para recordarnos que ese camino no es bueno, pero el problema es que en este punto se da una disyuntiva importante: o se apuesta por buscar la Verdad y mejorar, o se abandona uno a lo que pida el cuerpo y el mundo, dejándose llevar y tratando de encajar, pervirtiendo en desmesura el corazón y abrazando consecuencias cada vez más irreversibles.

Esto último es lo que genera una pérdida de sentido tan profunda que puede llegar a cerrar el corazón a la luz en modo de que ni la razón, ni el sentido común, puedan ya ser corregidos o regenerados. En esa situación que suele ser ya de rechazo a Dios, lo religioso y la bondad natural del corazón, es ya complicado restaurar una naturaleza humana que ya estaba herida y ahora está casi hundida.

Dios siempre puede hacer milagros en virtud del Gran Sacrificio de Su Hijo y de todo los que se han unido a ello ofreciendo oraciones y la propia vida, pero sin una intervención expresamente divina un corazón en fase 3, digamos así, no es recuperable por la vía natural. Éste es el sentido de la gran responsabilidad de la educación de los padres, que permite dirigir la naturaleza humana herida a la perfección divina por medio de la vida de la fe y el acompañamiento.

¿Qué se puede hacer entonces si acuden a consulta para ser orientados o para mejorar, pero no son conscientes de todo lo mencionado hasta ahora y de su situación acédica?

Sencillo. Hay que empezar desde cero y tener mucha paciencia y amor por esas personas. Es preciso acogerles, empezar por hacerles capaces de pensar sobre su situación, enseñarles a reconocer que sí importa vivir una experiencia buena o una mala, educar nuevamente la sensibilidad al bien y al mal para luego guiarles hacia un camino de reflexión y de luz. Esto debe de ser así porque si en esa búsqueda no se implica la voluntad personal, el trabajo será inútil. Todo “sí”, tiene que ser una apuesta voluntaria y libre, por lo que no se puede engañar ni forzar. Se debe de indicar el camino y acompañar, con la siempre necesaria posibilidad de que en cualquier momento ese camino sea abandonado.

Si se llega a hacer un camino en el que la persona sea capaz de ver una luz (sentido común) habrá que proponer una formación en cuestiones básicas que permitan la madurez. Habrá que luchar con los vicios y perezas naturales, pero también los impedimentos que el demonio pondrá en marcha para que un alma no vuelva a Dios, que es lo único que le importa.

Si se consigue un equilibro es posible sanar ciertas heridas con tiempo y mucho acompañamiento, pero el objetivo debe de ser siempre la incorporación de la fe y la restauración de la gracia, de lo contrario la persona no será capaz de hacer frente a la dureza de una vida con las consecuencias de las decisiones tomadas en su vida. Llevar adelante una vida que ha pasado por las drogas, la impureza o la infidelidad, la violencia o el aborto, no se eliminan sino con la ayuda de Dios. Y esta ayuda debe de ser aceptada con arrepentimiento profundo y un fuerte propósito de enmienda que a veces dura toda la vida.

Así que en conclusión, un psicólogo no tiene por qué empezar a hablar de Dios ni rezar el rosario con su paciente, pero si no consigue que su acompañamiento entre en el continuo natural-sobrenatural que lleva a Dios y que el hombre y la psicología han fragmentado, no se podrá reestablecer en absoluto una psicología auténtica y plenamente saneada.

Dios no se ha manifestado por medio de Cristo para ser una asignatura optativa en el colegio, ni para salvar a algunos. Quiere salvar a todos y que todos se salven por él. Si bien él es la puerta para la salvación de todos, es también una puerta estrecha por la que se pasa aceptando unas reglas concretas e inviolables. La gracia es gratuita, pero no ha sido barata y es preciso caer en la cuenta de nuestra necesidad de Dios para que nuestro ser gire en el sentido correcto. No hay más psicología, ni más energías o técnicas, que puedan darle al hombre el sentido que Dios se ha reservado para sí mismo.

Paz y bien

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Llegó el nuevo diagnóstico: el TCL

Y llegó el nuevo diagnóstico: el TCL. El nuevo cajón de sastre para los problemas de aprendizaje de estos años, pero que agravan su sintomatología.

Trataré de no ser demasiado técnico, pero me gustaría dejar clara mi postura con respeto a este nuevo diagnóstico que trata de describir una variación del famoso, ligera y malamente hiper-diagnosticado Déficit de Atención (TDA).

El «Tempo Cognitivo Lento»  (TCL o SCT en inglés) es un término descriptivo no formalizado que se usa para identificar de mejor manera lo que parece ser un subgrupo de pacientes dentro del TDAH de subtipo inatento» (Tirapu-Ustárroz et all., 2015). Esto significa que los síntomas del TCL no se encuentran a día de hoy específicamente reconocidos en los manuales médicos diagnósticos estandarizados (como el DSM y la CIE), y que su existencia no es oficial.

Un alumno TCL se caracteriza sobre todo por «estar en bavia» y parecer inactivo, aletargado o perezoso. Es como el famoso Déficit de Atención (TDA), pero con un componente más depresivo y con falta de motivaciones más hondas. Igual que el TDA tienen, supuestamente, afectadas las zonas prefrontales encargadas sobre todo de la planificación, de allí que tengan dificultades en la atención sostenida, en la memoria, en organizar las ideas (leídas o a expresar) con una consecuente baja capacidad de liderazgo y una fácil tensión ante la interacción social, por eso suelen buscar actividades motivadoras desde fuera (ej. videojuegos).

En definitiva es un TDA que tiende a parecerse algo más depresivo y menos extrovertido. Da menos problemas en clase, pero más problemas de comprensión. Es más sensible al castigo porque la raíz de su problema es más afectiva que neurológica. Esto quiere decir que esta «nueva» clasificación viene a describir un perfil de niños que no sólo no han sido educados en el orden afectivo y ejecutivo, sino que han aprendido a evitar los problemas afectivos ensimismándose en su mundo, y que, con toda la consecuencia de quien se aísla, pierden, o no adquieren, el equilibrio en las relaciones personales.

Así que estamos delante de una nueva forma de definir a los TDA que además de tener problemas de atención empiezan a desarrollar problemas de motivación hasta el punto de adquirir sintomatología depresiva (que se manifiesta por la alteración de la dopamina y de la noradrenalina).

Una vez más vuelvo a recordar que desde una antropología enfocada desde la fe católica nos tiene que recordar que nuestras células neuronales no los son todo ni protagonizan la fenomenología patológica o sintomatológica, sino que expresan las experiencias vividas desde su correlato físico. Se encargan de manifestarlas a nivel físico y de «grabarlas», pero NUNCA son el punto de partida. Las operaciones psíquicas, siempre acompañadas concomitantemente de la experiencia afectiva, nos van formando y configurando y, de alguna manera, determinando.

Por eso observamos que los trastornos psiconeurológicos primero empezaron a aumentar su prevalencia, luego a especificarse en categorías y subcategorías y ahora están cada vez más asumiendo características patológicas (las dos principales siempre han sido la depresión y la manía). Seguir viendo los problemas como algo genético quitará el sentimiento de culpa de los padres e incluso al hijo, pero no resolverá casi nada, no nos ayudará a asumir la responsabilidad como educadores y finalmente generará una apatía enfermiza irreversible y demoledora.

En realidad un problema de atención o de que el cerebro funcione lentamente es una cuestión que depende de tres posibles razones:

  • un fallo orgánico (o daño cerebral), como puede ser el caso de los TDAH reales que actualmente están muy mal diagnosticados;
  • un problema de inteligencia escasa que hace que las ejecuciones sean más lentas;
  • un problema psíquico o psicológico que agota los recursos mentales. Es el caso de la ansiedad, los problemas personales o familiares, etc. Son éstos los que desencadenan los problemas depresivos, y anímicos en general, que se pueden apreciar en casos como el TCL y que deberían ser más bien diagnosticados como depresión infantil (hipodiagnosticada en España) que como trastornos neurológicos nuevos.

Como siempre insisto en que la raíz de todo es el amor, no la patología genética o la neurona. Lo esencial es la relación personal, no la medicación (puede ayudar en algunos casos, pero nunca será lo esencial), y la tarea final no es aumentar diagnósticos tranquilizadores que generen horas de trabajo en los gabinetes, sino asumir la importancia del orden afectivo, la priorización de los valores familiares (sobre todo del matrimonio) y de la presencia de Dios en la familia para que todo salga como Dios manda (literalmente) y sea visto a la luz de la Verdad a la que estamos llamados.

Así que ¿cómo debemos de abordar a un TCL en el aula y en casa?

Pues como un TDA de siempre, pero con más amor personal, es decir, más miradas profundas, más propuestas de actividades juntos que impliquen a ambos, más escucharles partiendo de lo que más les gusta, descubriéndoles el sentido que aún no han descubierto, ahondando sobre la cada vez más necesitada conciencia de unicidad e irrepetibilidad de cada uno, concediéndoles más tiempo, pero no para que sepan que aplicamos una Adaptación Curricular Individualizada (ACI) o para que pueda realizar todo el examen, sino para que entienda que respetamos su forma de ser y le acompañamos en su desarrollo. Eso es amar a un alumno.

Y si de paso lo hacemos con todos descubriremos dos cosas cuanto menos interesantes: que todos desean en el fondo lo mismo (ser amados y considerados como los especiales, dignos, únicos y valiosos que son) y que un profesor, por bueno que sea, no puede ser buen profesor con 30 alumnos en clase.

Paz y bien.

nino-en-clase

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De la cruz, a los suelos. La nueva iniciativa del amor de Dios.

Blasfemia Abel Azcona

¿Por qué hacer supuestas obras de arte con hostias consagradas cuando a nivel técnico y estético no añade nada que no se pueda hacer con formas no consagradas? Tras ver varias noticias, tweets y comentarios sobre esta barbaridad de Abel Azcona es importante decir que no es un problema artístico. El hecho de planificar esa escenificación de esa forma, no tiene que ver con el arte o los gustos personales que tengan que ser respetados o no, tampoco tiene que ver con un simple acto de protesta contra la Iglesia que pueda recogerse como delito. Sin desmerecer toda actuación judicial de la Asociación Española de Abogados Cristianos[1], que me parece importante, necesaria e incluso obvia, me gustaría darle a este suceso un enfoque un poco más abierto y trascendente.

Puedo asegurar, pero no demostrar en esta breve reflexión, que lo ocurrido volverá a ocurrir más veces. Y no sólo porque ya acaba de pasar, puesto que en la misa de desagravio sé que se volvieron a robar 32 hostias consagradas, y tampoco porque sea una forma muy fácil de ofender, hacer daño y a la vez cometer un delito excitante, a la vez que legalmente menos problemático, que un hurto o un robo en una tienda para unos rebotados aburridos que no tienen otra cosa que hacer que alterar su vida molestando y demostrando su valiosa precariedad humana entre colectivos turbios de intención y enfermos de corazón. Sino por otra razón.

Cruz al atardecer de fuegoLos apóstoles de Nuestro Señor vivieron la venida de Cristo en la tierra, pudieron escucharle, conocerle, amarle, seguirle y creer en él hasta morir mártires prácticamente
todos. El único que no sufrió esa suerte fue San Juan quien cuidó a la Virgen y se encargó de dejarnos el Evangelio del amor. Pero todos, con la muerte de Jesús en la cruz, vieron su vida movida por ese gran hecho: su querido Señor, el hijo de Dios tan esperado por Israel, fue entregado a la cruz, la peor muerte para cualquiera. Todo giraba alrededor de esa cruz, que me atrevería a definir como el mayor escándalo de amor del universo. Nada ha movido tanto como Cristo en la cruz, nada ha cambiado tanto el mundo. Cristo murió inocente y con una corona de espinas en la cruz, pero resucitó y tuvieron que defender este hecho tan importante y que sustenta lo esencial de nuestra fe. ¿Cómo un Dios muere en una cruz sin decir nada más que «perdónales Padre, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34) mientras le denigraban, ofendían, insultaban y despreciaban? Pero he aquí un detalle: los cristianos, representados especialmente por María y Juan[2] le amaban mirándole desde los pies de esa cruz y contemplando el poder de Dios invisible ante la ceguera del orgullo y la soberbia del hombre. Era el momento de amar a Dios en la contemplación de la cruz.

Hoy, a pesar de seguir estando Jesús al centro de la atención, lo vivimos con una novedad creciente, algo específico de estos últimos tiempos. No tenemos ya delante de nosotros a Cristo crucificado en la cruz, sino que le tenemos crucificado en la Eucaristía. Hoy no sufrimos por verle morir en la cruz, sino por verle morir ante la crueldad de la indiferencia por el sacrificio más grande y excelso que Dios ha realizado al hacerse pan para nosotros. Ahora no nos tenemos que preocupar por bajarle de la cruz, sino por salvarle de lugares blasfemos donde tras ser robado es denigrado, utilizado, vejado, ultrajado. El escándalo no está en la sangre, sino en el desprecio de su divinidad. Si antes su amor se mostraba humanamente y divinamente por no hacer nada por defenderse al subirse a esa cruz bendita para la humanidad, ahora en el pan vuelve a mostrarse con mayor vulnerabilidad, mayor entrega y mayor abandono. El permitir por parte de Dios estos actos contra la Eucaristía, como los que presenciamos en las noticias, es un grito, incruento esta vez, de amor a la humanidad. Después de habernos entregado su corazón traspasado y haber dado incluso la sangre que le quedaba en su Santo corazón, vuelve a amarnos hasta dejarse pisar ante la indiferencia de los hombres ensimismados en su egolatría narcisista y patológica, vuelve a abandonarse a nuestro pecado para redimirlo con más fuerza dejándonos pisar una vez más su sacratísimo corazón: la Eucaristía. Es el momento de amar a Dios en la contemplación de la Eucaristía profanada.Adorando la eucaristía

Hoy los católicos estamos llamados a defender a Nuestro Señor y llorarle al pie del sagrario, defender la verdadera presencia de Cristo en la Eucaristía, aumentar nuestra adoración al Santísimos Sacramento del Altar preparándonos para un dolor del mismo calibre que el que sufrieron nuestros hermanos al ver a su Señor en una Cruz, sin poder hacer nada. Tenemos que rezar cada vez más para pedir al Espíritu Santo ver con gratitud y devoción al Señor en ese pan, para llegar a sentir dolor por esos ultrajes que caracterizan cada vez más el misterio eucarístico, hasta el punto de poderle defender con nuestra vida. Porque los cristiano de hoy, igual que muchos se escaparon en ese Jueves Santo, hoy se escapan de la vida eucarística. Los cristianos de hoy creen que Cristo murió en la cruz, pero más del 40% no cree que está en la Eucaristía[3]. Ésta es una tragedia que el demonio aprovecha, porque él sí que sabe que está presente en la Santa Comunión, por eso se está tomando tantas molestias para atacar a Dios con estos sucesos. Y por eso sé que se repetirán y extenderán, llegando a cumplirse tarde o temprano (aunque parece ser que más bien temprano) la abolición de la Eucaristía pública. Porque el anticristo no surge de la noche a la mañana, sino que se prepara y cumple un plan estratégicamente planificado de forma inteligente y ansiada, oscura y sibilina, hasta que se manifiesta claramente. Cristo ya le venció, lo sabe, pero precisamente por eso lo que más le interesa, en su impetuoso y excéntrico odio a Dios,  es que el mayor número de hombres puedan condenarse, pues a Dios le puede herir consiguiendo la condena de las almas humanas que Dios ama. Así que todo lo que está ocurriendo con la eucaristía como las profanaciones, robos, insultos, exigencias con respecto a la comunión, tiene un sentido y una dirección concreta: injuriar y denigrar la presencia de Cristo en la tierra que nos da vida, la Eucaristía.

De la denigración a un mayor fervor

Sin embargo, en este tiempo de adviento y de esperanza sabemos que el mal no tiene la última palabra. Dios permite el sufrimiento, la persecución, los castigos y el mismo pecado porque siempre ve tras él un bien mayor. Lo que ha acarreado esta serie de insolencias blasfémicas es una consolidación más profunda de los católicos en la fe, quienes se han visto obligados a posicionarse. Adoración rosario compensatorioY esto nos trae a otra interesante reflexión. Desde la Buena Nueva solo cabían 3 posturas rotundas (aunque luego haya grados): los creyentes (calientes), los no creyentes (fríos) y los que se olvidan de tomar realmente una decisión (los tibios). Todo lo que ocurre en este último siglo, pero especialmente en estos últimos años y cada vez más, es una disminución de los tibios, los que vomita Dios[4], quienes se ven forzados a posicionarse. Es fácil ver que hoy al creyente no se le deja en paz y se le fuerza a tomar una postura realmente suya. Pues aquel que no está convencido abandonará su fe, y quien no se había manifestado rotundamente en la práctica ahora podrá decidirse. Personalmente veo en esto el cumplimiento progresivo de la profecía de Jesús en su discurso escatológico de la separación de las cabras y los cabritos[5] o de la parábola del trigo y la cizaña[6], algo que promoverá una disminución de los cristianos, pero a la vez un aquilatamiento de los mismos. En palabras del Cardenal Joseph Ratzinger haciendo referencia a la iglesia de finales del segundo milenio[7]:

“Podría ocurrir que la ausencia de Dios -Metz lo formuló de un modo un tanto extraño, como la «crisis de Dios»- sea tan fuerte, que el hombre entre moralmente en barrena y tengamos ante nosotros la destrucción del mundo, el apocalipsis, el caos. También se puede contar con esa posibilidad. No debemos excluir un diagnóstico apocalíptico. Pero, incluso entonces, contaríamos con la protección de Dios que acoge a los hombres que le buscan; y el amor siempre es más fuerte que el odio.” […]“…la Iglesia también irá adquiriendo nuevas formas. Será una Iglesia de minorías, menos identificada con las grandes sociedades, y compuesta por círculos de creyentes plenamente convencidos, con vida interior; y entonces la Iglesia podrá ser mucho más operativo”.

En resumen

Son tiempos difíciles marcados por una persecución hacia la Eucaristía que atentando a los cimientos de la fe cristiana (la eucaristía, la familia, el Evangelio, la educación de nuestros hijos, nuestro credo, etc.) nos obliga cada vez más a decidirnos seriamente por Cristo o a renegar de él, cumpliéndose esa separación de los que son de Cristo de los que no lo son, y que va asociada a su próximo regreso glorioso o, por lo menos, al juicio de las naciones. Así que, para los que somos de Cristo, todo sufrimiento aquilatador será bienvenido, pues nos acerca a lo que más pedimos: “Venga Señor tu Reino”, Maranatha[8].

Diego Cazzola

– – – – –

[1] Aquí una entrevista con el señor Abel Azcona donde destaca el penoso intento de justificar que su actuación no quería provocar más que otros de sus trabajos: https://youtu.be/RAQLNxlYddQ?t=288

[2] “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena”. (Jn 19, 25-30)

[3] Según una encuesta de CARA de 2008, cerca de seis, de cada diez católicos (57%) están de acuerdo en que Jesucristo está realmente presente en el pan y el vino de la Eucaristía, bajando un 6% con respecto a 2001.
(http://cara.georgetown.edu/wp-content/uploads/sacraments/masseucharist.pdf)

[4] “Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca” (Ap 3, 15-16).

[5] “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda” (Mt 25, 31).

[6] “Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero” (Mt 13, 24-30).

[7] Entrevista de Peter Seewald al Cardenal Joseph Ratzinger recogida en el libro “La sal de la tierra: Quién es y cómo piensa Benedicto XVI” Madrid: Palabra, 2009, Cap. 3. www.mercaba.org/Benedicto%2016/la_sal_de_la_tierra_3.htm

[8] Parece ser que el apóstol utilizó la expresión “El Señor viene” en arameo, a pesar de que la epístola fue escrita en griego, porque ya había adquirido cierto crédito o circulación entre los creyentes como expresión de la esperanza de la Segunda Venida de Cristo, en la mayor parte de las versiones de la Biblia, como en el caso de la Biblia Jerusalén, Nacar-Colunga, RV 1909 o la versión inglesa KJ, aparece impresa la palabra “Maranatha”, propiamente es: “¡Si alguien no ama al Señor, que sea maldito! «El Señor viene»” (1Co, 16, 22).

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No vive de verdad quien piensa, sino quien ama

Quien vive sin pensar, no puede decir que vive.Pedro Calderón de la Barca (1600 – 1681)
  Pedro Calderón de la Barca (1600 – 1681)

Literalmente es cierto, pues si uno no puede pensar, tampoco podrá físicamente hablar y decir que vive.

Antropológicamente es incorrecto: vivir es amar, ya que lo esencial de la vida es el amor. Pues el pensar no es lo más elevado del vivir del hombre. Sin embargo, hechos por el Amor y para el Amor, quien no ama, sí podría decir que no vive (si fuera muy sincero consigo mismo), pues vivir es ir al encuentro del Corazón de Jesús, es un crecer siempre nuevo y más pleno, un descubrirse a uno mismo cada vez más hijo en el Hijo, es el encuentro con la Verdad que desvela nuestra identidad cada vez más libre, es «cantar» la belleza del amor inmenso de Dios, destinar el corazón a nuestro Padre para que nos revele eternamente nuestra identidad. Y ésto es lo alucinante: ¡que nunca acabaremos de gozar de conocernos y destinarnos en el amor!

«Pensar» no es, pues, lo más importante, de hecho ni siquiera pensaremos en el cielo, pues es un proceso físico inferior a la intuición y a la contemplación, que serán los principales movimientos intelectuales.

Si con esta frase sin embargo, se quiere defender lo importante que es, en el orden natural, el pensar para ir descubriendo la verdad personal que cada uno tiene que encontrar y descubrir en su vida, entonces ¡brindemos y alegrémonos!, pues hemos descubierto, por fin, el motivo de que la gente ya no sepa quién es, pues pocos sabrán detenerse en estas líneas reflexivas y descubrir la llamada que Dios les hace de no parar de amar con intensidad para encontrarse con la Verdad del amor divino en la destinación de su amar personal.

Ahora sí: el pensar debe de encaminarnos al amar o no sirve que para condenarnos.

Diego Cazzola

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