Y llegó el nuevo diagnóstico: el TCL. El nuevo cajón de sastre para los problemas de aprendizaje de estos años, pero que agravan su sintomatología.

Trataré de no ser demasiado técnico, pero me gustaría dejar clara mi postura con respeto a este nuevo diagnóstico que trata de describir una variación del famoso, ligera y malamente hiper-diagnosticado Déficit de Atención (TDA).

El «Tempo Cognitivo Lento»  (TCL o SCT en inglés) es un término descriptivo no formalizado que se usa para identificar de mejor manera lo que parece ser un subgrupo de pacientes dentro del TDAH de subtipo inatento» (Tirapu-Ustárroz et all., 2015). Esto significa que los síntomas del TCL no se encuentran a día de hoy específicamente reconocidos en los manuales médicos diagnósticos estandarizados (como el DSM y la CIE), y que su existencia no es oficial.

Un alumno TCL se caracteriza sobre todo por «estar en bavia» y parecer inactivo, aletargado o perezoso. Es como el famoso Déficit de Atención (TDA), pero con un componente más depresivo y con falta de motivaciones más hondas. Igual que el TDA tienen, supuestamente, afectadas las zonas prefrontales encargadas sobre todo de la planificación, de allí que tengan dificultades en la atención sostenida, en la memoria, en organizar las ideas (leídas o a expresar) con una consecuente baja capacidad de liderazgo y una fácil tensión ante la interacción social, por eso suelen buscar actividades motivadoras desde fuera (ej. videojuegos).

En definitiva es un TDA que tiende a parecerse algo más depresivo y menos extrovertido. Da menos problemas en clase, pero más problemas de comprensión. Es más sensible al castigo porque la raíz de su problema es más afectiva que neurológica. Esto quiere decir que esta «nueva» clasificación viene a describir un perfil de niños que no sólo no han sido educados en el orden afectivo y ejecutivo, sino que han aprendido a evitar los problemas afectivos ensimismándose en su mundo, y que, con toda la consecuencia de quien se aísla, pierden, o no adquieren, el equilibrio en las relaciones personales.

Así que estamos delante de una nueva forma de definir a los TDA que además de tener problemas de atención empiezan a desarrollar problemas de motivación hasta el punto de adquirir sintomatología depresiva (que se manifiesta por la alteración de la dopamina y de la noradrenalina).

Una vez más vuelvo a recordar que desde una antropología enfocada desde la fe católica nos tiene que recordar que nuestras células neuronales no los son todo ni protagonizan la fenomenología patológica o sintomatológica, sino que expresan las experiencias vividas desde su correlato físico. Se encargan de manifestarlas a nivel físico y de «grabarlas», pero NUNCA son el punto de partida. Las operaciones psíquicas, siempre acompañadas concomitantemente de la experiencia afectiva, nos van formando y configurando y, de alguna manera, determinando.

Por eso observamos que los trastornos psiconeurológicos primero empezaron a aumentar su prevalencia, luego a especificarse en categorías y subcategorías y ahora están cada vez más asumiendo características patológicas (las dos principales siempre han sido la depresión y la manía). Seguir viendo los problemas como algo genético quitará el sentimiento de culpa de los padres e incluso al hijo, pero no resolverá casi nada, no nos ayudará a asumir la responsabilidad como educadores y finalmente generará una apatía enfermiza irreversible y demoledora.

En realidad un problema de atención o de que el cerebro funcione lentamente es una cuestión que depende de tres posibles razones:

  • un fallo orgánico (o daño cerebral), como puede ser el caso de los TDAH reales que actualmente están muy mal diagnosticados;
  • un problema de inteligencia escasa que hace que las ejecuciones sean más lentas;
  • un problema psíquico o psicológico que agota los recursos mentales. Es el caso de la ansiedad, los problemas personales o familiares, etc. Son éstos los que desencadenan los problemas depresivos, y anímicos en general, que se pueden apreciar en casos como el TCL y que deberían ser más bien diagnosticados como depresión infantil (hipodiagnosticada en España) que como trastornos neurológicos nuevos.

Como siempre insisto en que la raíz de todo es el amor, no la patología genética o la neurona. Lo esencial es la relación personal, no la medicación (puede ayudar en algunos casos, pero nunca será lo esencial), y la tarea final no es aumentar diagnósticos tranquilizadores que generen horas de trabajo en los gabinetes, sino asumir la importancia del orden afectivo, la priorización de los valores familiares (sobre todo del matrimonio) y de la presencia de Dios en la familia para que todo salga como Dios manda (literalmente) y sea visto a la luz de la Verdad a la que estamos llamados.

Así que ¿cómo debemos de abordar a un TCL en el aula y en casa?

Pues como un TDA de siempre, pero con más amor personal, es decir, más miradas profundas, más propuestas de actividades juntos que impliquen a ambos, más escucharles partiendo de lo que más les gusta, descubriéndoles el sentido que aún no han descubierto, ahondando sobre la cada vez más necesitada conciencia de unicidad e irrepetibilidad de cada uno, concediéndoles más tiempo, pero no para que sepan que aplicamos una Adaptación Curricular Individualizada (ACI) o para que pueda realizar todo el examen, sino para que entienda que respetamos su forma de ser y le acompañamos en su desarrollo. Eso es amar a un alumno.

Y si de paso lo hacemos con todos descubriremos dos cosas cuanto menos interesantes: que todos desean en el fondo lo mismo (ser amados y considerados como los especiales, dignos, únicos y valiosos que son) y que un profesor, por bueno que sea, no puede ser buen profesor con 30 alumnos en clase.

Paz y bien.

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