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El subrayado

Veamos un ejemplo paso a paso con respeto al subrayado:

Este simple texto sobre ordenadores es lo que defino «el muro» y por mucho que lo leamos no nos permite penetrar en sus niveles. Cada lectura nos obligará a hacer un trabajo de abstracción casi nuevo.

El ordenador (el muro)

Este texto es el mismo que antes, pero está estructurado por párrafos y subparrafos en modo de que se capte la estructura. Así es más fácil estudiar, pero hay que tener en cuenta que no aparecen las palabras claves (los conceptos) de forma evidente y que antes o después el alumno tendrá que estudiar sin estas facilidades:

Imagen2

Otro nivel es ponerle entonces las negritas al texto. Normalmente no están puestas correctamente, es decir, no destacan la estructura, sino sólo el nombre de un personaje o un lugar. Ayuda un poco más pero no enseña a realizar correctamente el proceso de abstracción, algo que tiene que enseñarse con ayudas que paulatinamente deberían retirarse:

Imagen3

La siguiente presentación destaca el trabajo personal de abstracción donde se puede observar la identificación de los 4 conceptos principales («ordenador», «modernos», «componentes» y «otros») y los correspondientes sub-conceptos (del primero: «las características»; del segundo: «el hardware» y «el software»; del tercero: «la memoria», «el dispositivo de almacenamiento masivo», «el dispositivo de entrada», «el dispositivo de salida» y «la unidad de procesamiento central»; del cuarto no hay sub-elementos).

Imagen4

Finalmente, si a cada concepto y sub-concepto le añadimos los descriptivos amarillos, es decir, aquello que tenemos que saber de cada concepto, saldría el subrayado completo:

Imagen5

 

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Procesos centrales del aprendizaje

El aprendizaje implica algunos procesos necesarios y deben atenderse en el orden correcto. Los procesos mentales no se pueden omitir ni alterar en el orden, pero se podrán usar diferentes técnicas para trabajarlos. Sin embargo, existen dos factores previos a cualquier proceso mental, que ahora presentaré, que se suelen saltar a la hora de pensar en temas de aprendizaje. Estos son la motivación y la atención.

La motivación permite dirigir la atención, mientras que la atención es una función ejecutiva central por su constante presencia en todo proceso mental (en neuropsicología se la suele denominar, de hecho, Sistema Supervisor Atencional, SSA) y que depende de la motivación y del estado psicofísico del alumno (también denominado «mental»). La primero, la motivación, está claramente vinculada con la inteligencia y la voluntad, facultades del alma (anímicas) que no tienen localización neuronal (un concepto, por ejemplo, sí tiene su localización concreta), sino que se apoyan (como todo) en lo cerebral para ejercerse, pero sin sede física concreta (evidentemente no es una postura antropológica materialista). Dependiendo del factor motivacional, por el que hay que dar peso a que el alumno entienda qué debe de hacer y porqué, de despertará la atención. La atención entonces depende de la motivación y sólo de estar adecuadamente dispuesto y motivado, el alumno prestará la atención. La atención depende directamente de la motivación y del estado psicofísico. De allí que un fallo atencional puede deberse a dos factores:

Motivacionales: el alumno no tiene razones por las que estar atento o tiene un problema que le «llama» más la atención. En el primer caso el alumno no tiene razones o no ha entendido lo esencial de lo que tiene que hacer, es decir, el porqué personal. Si no entiende el motivo y cómo éste le afecta, no se implicará y no habrá motivación real. De lo segundo son un ejemplo el estar enamorado, tener un conflicto fuerte con un amigo o miedo a suspender un examen, así como haber perdido el trabajo. Cualquier problema que nos absorba los recursos (que son limitados) mermarán nuestra atención en su fuerza (mantenerla en el tiempo) y dirección (hacia lo importante y con el menor número de desviaciones).

Ambos casos son problemas motivacionales que, lejos de ser trastornos atencionales, generan un cuadro parecido al TDA, el famoso y frivolamente sobrediagnosticado Trastorno por Déficit de Atención.

Físicos: como todo lo que tiene base neurológica, bien por estar localizado cerebralmente, bien por necesitar de la actividad cerebral para ser experimentado a nivel consciente, una alteración en los neurotransmisores implicados en los procesos atencionales, evidentemente, afectarán a la atención en general. Este tipo de causa afectará a todos los procesos y no de forma selectiva, aunque se acusen más en aquellas tareas donde sea más necesaria una motivación fuerte, como es el estudio, la memorización, el esfuerzo de abstracción, etc.

Es en estos casos (que deberían de ser MUY pocos, rozando prevalencias del 1-2%) será realmente efectiva la medicación y tendrá tanto sentido usarla como el que presenta un problema cardíaco y necesite su medicación.

Dicho ésto, podemos entender ahora que una vez conseguida la motivación adecuada y la mejor atención posible del alumno, debamos centrarnos en los siguientes procesos que, si se hacen correctamente, retroalimentarán los primeros potenciándolos y favoreciendo la implicación personal del alumno en su aprendizaje, esto es, su maduración intelectual.

  • Comprensión

Consiste básicamente en entender el contenido (lo que se dice, es decir, cada idea planteada) y la estructura del mismo (como se organiza el conjunto de ideas). Es más simple atender al contenido, pues la estructura implica un proceso de abstracción algo más elevado y se hace más difícil sin haber entendido cada una de las ideas (de allí que tras no entender algunas ideas, el riesgo de abandonar en la comprensión global aumenta exponencialmente). La comprensión se da especialmente en directo, es decir, durante las explicaciones del profesor y, posteriormente, pero se perfecciona en casa, la misma tarde, mediante sobre todo el subrayado y la confección de los esquemas correspondientes. Tras la comprensión debe de darse la consolidación de lo aprendido (el siguiente proceso), de lo contrario se olvidará muy pronto, reteniéndose la ideas más llamativas (normalmente por cuestiones emocionales o acordes a nuestros gustos, pero sin marco estructural).

  • Asimilación

Implica haber comprendido todo lo necesario y saberlo explicar VERBALMENTE aunque con los esquemas delante (es decir, no ha habido aún memorización real). Por la asimilación el alumno tiene que «hacer suyo» lo comprendido. Implica asociaciones con otras ideas teóricas o experienciales. El proceso se parece a la digestión (de allí su nombre), donde la misma comida es digerida de forma individual y única.

  •  Memorización

El proceso de asimilación inicia automáticamente un proceso de memorización. Es como la primera memorización, pero pesa más en la asimilación la transformación de la información que se va personalizando. La memorización, sin embargo, es la fijación de lo entendido en su contenido y estructura personalizada por la asimilación. Implica repetir varias veces el contenido asimilado (presente en los esquemas) de forma correctamente espaciada. El espaciado temporal varía en cada persona, pero siempre debe de darse. Quienes tengan poca memoria necesitarán más repeticiones y a mayor implicación y personalización, mas duración de lo recordado. A medida que una información o conocimiento no es reactivado a nivel neuronal (es decir, que no lo usamos) las neuronas implicadas de distancian físicamente y llaguen a ser utilizadas para otras conexiones con el consecuente olvido de su anterior información.

  •  Repasos

Repasar es imprescindible para que las claves de recuperación (conceptos que activan otros de forma estructurada y automática) sean recordadas a tiempo y cuando necesario. Implica entonces reactivar el contenido principal (no todo). Su frecuencia tiene que ajustarse a las capacidades de cada uno y a la cantidad de exámenes que se estén preparando. El repaso pretende reavivar el contenido activador de la globalidad de lo aprendido: palabras clave, ramificación de conceptos, estructura de contenido (pasos, características, ejemplos, definiciones, apartados, acrónimos, etc.). Con el tiempo los repasos mantendrán las ideas estructuradas desde la raíz principal, pero el contenido final se irá inevitablemente perdiendo, necesitando así una re-lectura general o un repaso profundo de todo para reactivar contenido con detalles. Por poner un ejemplo, una asignatura estudiada hace años y repasada durante algún tiempo será recordada en lo esencial, perdiéndose cada vez más los detalles más pequeños. Una vez se deje de repasar por completo el olvido procederá a darse desde los detalles a lo esencial, llegando a olvidarse, de pasar mucho tiempo, incluso el haber dado dicha asignatura.

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Educador, atrévete al amor

Pensamos a veces que el mejor profesor es aquel que sabe mucho y que sabe comunicarse bien. No está de más, desde luego, pero el saber, lejos de ser lo principal, sólo adquiere su significado profundo desde el amor. ¿Tiene sentido hablar de amor en la tarea del profesor? Yo creo que sí. La razón principal es que antes de entender a un profesor como tal, hay que entenderle como un educador. Un educador es alguien capaz de ser ejemplo atrayente de felicidad y sentido. Todos, los alumnos más aún, estamos en continua búsqueda de un horizonte que valga la pena, de una causa a la que destinar nuestra libertad, algo que tenga que ver con nuestro corazón y que valga la pena. Nadie puede hacerse diana de esto, pero sí puede mostrar un horizonte al que él mismo aspira. Esto los alumnos lo entienden enseguida, pues están sedientos de un modelo de esperanza y de misericordia, bueno y verdadero, esto es, auténtico. El profesor debe de ser capaz de asumir esta tarea en su clase, saber enamorar a los alumnos, a través de sus clases, de dicho horizonte. Así los padres también en los quehaceres diarios. Hay que enamorar ‘con’ y ‘en’ lo sencillo, pues a veces lo ordinario puede ser lo extraordinario que nos pedía Dios.

Pero nos encontramos con una enorme dificultad en los colegios. No parece que todos los alumnos respondan con entusiasmo y agradecimiento a nuestra propuesta de vida. Parecen estar muy pendientes de sus necesidades básicas, simples, técnicas, inmediatas e incluso egoístas. Pero he aquí la reflexión que querría hacer en este escrito: no amamos a nuestros hijos o a nuestros alumnos para que sean agradecidos. Tampoco lo hacemos para sentirnos mejor o para que sean personas buenas y educadas. Debemos de amar antes de que el otro cambie para que nuestro amor no sea condicional. No queremos a nuestros alumnos o a nuestros hijos para que cambien. A veces parece que exigimos buenos comportamientos más para que dejen de molestarnos y cansarnos que porque sea lo mejor para ellos. Les amamos ahora con la esperanza de que un día, cuando Dios les ilumine, descubran que sí han sido queridos. Nos entregamos a ellos cada día como una madre en la sombra prepara las comidas, los uniformes  y no descansa para seguir preparando tortitas una tarde de sábado, para que se sepan amados cuando lo necesiten. O como un profesor que repite cada año y de forma nueva los mismos consejos, una y otra vez, pero siempre con mayor y fresca convicción, con amor esperanzador. Cada día que nuestros educandos reciben nuestro amor y nuestra entrega, nuestro sacrificio y nuestra perseverancia, es como si recibieran un dinero en una cuenta corriente.  Una cuenta corriente que ellos desconocen siquiera tener, pero que cuando lo hagan verán llena de un dinero que es suyo. ¡Qué tristeza amar con los “si tú no… yo tampoco”, “Como tú no… yo tampoco” o “cuando hagas… entonces yo”. Esto no es amor incondicional y no es educación. Si no estudia, no obedece, si rechaza nuestros consejos, nuestra ayuda o incluso duda de que le queramos con quejas e insultos de desprecio, ni unos padres ni un educador que se aprecie como tal, y como cristiano, tiene el derecho de tirar la toalla, pues es precisamente en esos momentos donde se demuestra nuestra valentía en el amor de Dios. Es cuando comprobamos la autenticidad de nuestra relación de amor con Dios. ¿Acaso no hacemos nosotros lo mismo con Dios?, ¿no continuamos defraudándole con nuestro orgullo, con nuestra soberbia, pensando saberlo todo y justificando todos los días nuestro obrar? Y el Señor nos espera, nos sigue amando con paciencia y en la esperanza de que un día reconozcamos que hemos sido amados cada uno de los días que nosotros le explicábamos, razonada y justificadamente, que lo estaba haciendo francamente mal. Así somos nosotros con Dios y así es Dios con nosotros. Pues un buen educador que quiere santificarse en su trabajo diario en clase, o en la educación con sus hijos, deberá reflexionar humildemente sobre su vocación, pues un día, no muy lejano, nos pedirán cuenta del amor que no hemos dado a los hijos de Dios que Él mismo nos encomendó. No amamos para recibir ahora, sino porque hemos sido amados primero y ahora desbordamos de ese amor incontenible. Amamos a los demás sólo en la medida que nos hemos sentido amados por Dios y en la que hemos reconocido nuestra indigencia. Somos hijos en el hijo, Cristo nos ha traído la vida, pero nosotros no merecíamos nada. Conscientes de nuestra miseria, agradecidos de estar en el Corazón de Dios y felices de saber que a pesar de ello Dios nos encomienda a sus hijos para que les enseñemos el mejor horizonte que lleva a los brazos del Padre, recojamos con ánimo y con fuerza la tarea de educar en la esperanza del amor de Dios y no para que dejen de molestarnos las astillas de nuestra cruz. Esta cruz tenemos que abrazarla y besarla, pues es personal y la que nos lleva al cielo. No nos enfademos ligeramente con nuestros alumnos e hijos, no tiremos la toalla con ellos, no nos cansemos de perdonarles, explicarles los verdaderos motivos de la vida, consolarles ante sus propias miserias y debilidades, no nos olvidemos nuestra propia necesidad de lo mismo y, junto a Dios y pidiéndole cada día el Espíritu Santo, caminemos “cristiformados” y renovados, con ardiente deseo de ganar cada día un poquito más a cada hijo que Dios nos encomienda. Paz y bien y mucha conversión.

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