Si tuviera que determinar los principales motivos por los que los chicos están fracasando en los estudios o está desarrollando comportamientos anómalos diría que son los siguientes:
1) La falta de educación en la austeridad y el esfuerzo, que merman la voluntad sustituyéndola por el interés y lo apetecible;
2) La falta de conocimientos en una metodología de estudio suficientemente buena (esto implica planificación en casa, técnico en el estudio y cierto autoconocimiento para personalizarla);
3) La entrega viciosa al placer sexual, inmediato y egoísta, especialmente desde el antojo humillante de la pornografía para un degradante y adictivo placer que promete y miente más que todos los políticos juntos, humilla y vuelve cobarde la fortaleza y permanentemente frágil la castidad.
Pero el común denominador a estos tres ingredientes del camino autodestructivo de la dignidad juvenil es protagonizado por el móvil.
Por una cosa buena que tienen los móviles, hay 50 que son casi mortales, pues matan la virtud, debilitan a la persona y hieren con violencia el cuerpo. Es un ataque en las tres dimensiones humanas (cuerpo, alma y espíritu).
Para no alargarme voy a resumir brevemente los aspectos más importantes a tener en cuenta en relación al uso del móvil, especialmente para niños y adolescentes.
1) Los niños no deben de tener un móvil antes de los 16 años. Ni 12, ni 14 y si por mí fuera, y para ser más riguroso en el criterio, hasta que no demuestren que sean capaces de manejar con autodominio el móvil, hasta que sea realmente necesario (y no sólo útil) y se haya desarrollado completamente el cerebro en su principal desarrollo. Esto nos colocaría al rededor de los 16 años como mínimo, siendo nefasto en cualquier caso que se entregue antes de los 12. Los niños tienen que desarrollar bien su cerebro y ejecutar todas sus operaciones sociales, cognitivas y espirituales sin apoyarse en esa tecnología. Ya hay muchos estudios que han demostrado que los cerebros expuestos a luces, como las del móvil, quedan más atontados, más lentos y que los daños son irreversibles.
2) El contenido de ese teléfono tiene que ser conocido y gestionado por los padres, quienes tienen que tener el control. Los padres tienen que conocer las aplicaciones que usan los niños, ser los gestores (contraseñas, usuarios, administradores, etc.) y tienen que conocer muy bien su configuración de privacidad, pero sobre todo enseñarles a usarlas. Parece que los niños hoy en día son muy buenos en las tecnologías, pero sólo en un uso muy específico, lo que les falta es realmente educación digital. No se trata de conocer los filtros de imagen y compartir contenido, sino saber reconocer los engaños, las mentiras, las trampas sociales y saberse distanciar cuando el uso se vuelve nocivo o peligroso. Es decir, hay que educarles en el uso adecuado, enseñando criterios y guiándoles por ese camino minado de peligros escondidos y cambiantes.3)
3) Si le das el móvil, sé sincero, no se lo das porque necesite una comunicación telefónica o estar localizado, sino para que no se sienta diferente. El 99% del uso del móvil irá dirigido a las redes sociales, consumo multimedia, ocio (pérdida de tiempo), consulta de internet. Será una ventana a un mundo incontrolable con un poder adictivo idéntico, o peor, que la cocaína. Tú le verás en el salón con el móvil, pero él estará en cualquier lugar, con cualquier contenido o persona y pierdes a tu hijo igual que si lo dejaras en el centro de una gran ciudad de noche. Siempre que salgan con amigos, el móvil será el protagonista y el más usado. No es para quedar. No es para comunicarse. Es para ser como los demás y eso es precisamente una de las características que lo hace muy peligroso. Sus motivos están disfrazados para que vivas una mentira social de la que sería mejor estar bien lejos.
4) De tener que usarse, es fundamental que sea de forma puntual para que no se genere una sensación de derecho ante el uso; el tiempo tiene que ser controlado (puede ser flexible, pero con entrega y devolución firme e indiscutida). He visto casos en los que los chicos se levantan de noche para usar el móvil de los padres durante la noche (adiós a horas de sueño) y tomándoles la huella a los padres durmiendo para desbloquearlo.
Si al final termina teniendo el móvil o no tienes la fuerza de sentarte y explicarle que has cambiado de idea y lo tiene en su poder, cuida bien estas pautas:
- Que no se lo lleve a su cuarto, te lo quedas tú y muy bien guardado.
- No se usa a discreción, sino en un horario definido y dependiendo de la necesidad.
- Jamás se usa de noche y menos aún antes de dormir y a solas.
- No se usa en la mesa, ni se sujeta en la mano cuando se habla con alguien.
- Siempre que es posible comunicar algo en persona, no se hace por móvil. Enséñale a esperar a comunicar las cosas, no es necesario ni que sea inmediato, ni que sea por mensaje o audio.
- En los enfados entre amigos, el móvil no debería usarse prácticamente nada.
- No puede ser el centro de la atención o lo más usado cuando está con amigos.
- No hace falta usarlo en todos los tiempos muertos, como ir al baño, esperar un autobús, subir las escaleras… que aprenda a vivir el silencio y el entorno.
- En casa no se puede llevar encima todo el rato, ni contestarlo en cuanto suene. De hecho es mejor quitar las notificaciones y consúltalo cuando sea necesario, pero, sobre todo, cuando se quiere, no cuando él avise. Eso esclaviza y hace dependiente.
Si no puede vivir sin él un día sin sentirse mal o verse alterado en el carácter, el sueño o la alimentación, tiene un problema y necesita ayuda profesional. Pero, si no tiene el ejemplo de los padres en el correcto uso, está perdido.
Enseña a tu hijo a que trate de ser diferente y que intente asumir desde el principio esa realidad. Ayúdale a poner el consuelo en las bondades que observará cuando vea el mayor equilibro con respecto a los demás que se pierden envueltos por las vanidades o las necesidades sociales engañosas y decepcionantes. Le necesitarán para salir de un mundo de vacío y tener un hombro firme en el que llorar. Ya hay bastantes dificultades en crecer y esforzarse para vivir conforme a la verdad, la honestidad y los principios morales de las virtudes y el bien, como para cargar con piedras pesadas que no aportan más que dolores.