¿Por qué hacer supuestas obras de arte con hostias consagradas cuando a nivel técnico y estético no añade nada que no se pueda hacer con formas no consagradas? Tras ver varias noticias, tweets y comentarios sobre esta barbaridad de Abel Azcona es importante decir que no es un problema artístico. El hecho de planificar esa escenificación de esa forma, no tiene que ver con el arte o los gustos personales que tengan que ser respetados o no, tampoco tiene que ver con un simple acto de protesta contra la Iglesia que pueda recogerse como delito. Sin desmerecer toda actuación judicial de la Asociación Española de Abogados Cristianos[1], que me parece importante, necesaria e incluso obvia, me gustaría darle a este suceso un enfoque un poco más abierto y trascendente.
Puedo asegurar, pero no demostrar en esta breve reflexión, que lo ocurrido volverá a ocurrir más veces. Y no sólo porque ya acaba de pasar, puesto que en la misa de desagravio sé que se volvieron a robar 32 hostias consagradas, y tampoco porque sea una forma muy fácil de ofender, hacer daño y a la vez cometer un delito excitante, a la vez que legalmente menos problemático, que un hurto o un robo en una tienda para unos rebotados aburridos que no tienen otra cosa que hacer que alterar su vida molestando y demostrando su valiosa precariedad humana entre colectivos turbios de intención y enfermos de corazón. Sino por otra razón.
Los apóstoles de Nuestro Señor vivieron la venida de Cristo en la tierra, pudieron escucharle, conocerle, amarle, seguirle y creer en él hasta morir mártires prácticamente
todos. El único que no sufrió esa suerte fue San Juan quien cuidó a la Virgen y se encargó de dejarnos el Evangelio del amor. Pero todos, con la muerte de Jesús en la cruz, vieron su vida movida por ese gran hecho: su querido Señor, el hijo de Dios tan esperado por Israel, fue entregado a la cruz, la peor muerte para cualquiera. Todo giraba alrededor de esa cruz, que me atrevería a definir como el mayor escándalo de amor del universo. Nada ha movido tanto como Cristo en la cruz, nada ha cambiado tanto el mundo. Cristo murió inocente y con una corona de espinas en la cruz, pero resucitó y tuvieron que defender este hecho tan importante y que sustenta lo esencial de nuestra fe. ¿Cómo un Dios muere en una cruz sin decir nada más que «perdónales Padre, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34) mientras le denigraban, ofendían, insultaban y despreciaban? Pero he aquí un detalle: los cristianos, representados especialmente por María y Juan[2] le amaban mirándole desde los pies de esa cruz y contemplando el poder de Dios invisible ante la ceguera del orgullo y la soberbia del hombre. Era el momento de amar a Dios en la contemplación de la cruz.
Hoy, a pesar de seguir estando Jesús al centro de la atención, lo vivimos con una novedad creciente, algo específico de estos últimos tiempos. No tenemos ya delante de nosotros a Cristo crucificado en la cruz, sino que le tenemos crucificado en la Eucaristía. Hoy no sufrimos por verle morir en la cruz, sino por verle morir ante la crueldad de la indiferencia por el sacrificio más grande y excelso que Dios ha realizado al hacerse pan para nosotros. Ahora no nos tenemos que preocupar por bajarle de la cruz, sino por salvarle de lugares blasfemos donde tras ser robado es denigrado, utilizado, vejado, ultrajado. El escándalo no está en la sangre, sino en el desprecio de su divinidad. Si antes su amor se mostraba humanamente y divinamente por no hacer nada por defenderse al subirse a esa cruz bendita para la humanidad, ahora en el pan vuelve a mostrarse con mayor vulnerabilidad, mayor entrega y mayor abandono. El permitir por parte de Dios estos actos contra la Eucaristía, como los que presenciamos en las noticias, es un grito, incruento esta vez, de amor a la humanidad. Después de habernos entregado su corazón traspasado y haber dado incluso la sangre que le quedaba en su Santo corazón, vuelve a amarnos hasta dejarse pisar ante la indiferencia de los hombres ensimismados en su egolatría narcisista y patológica, vuelve a abandonarse a nuestro pecado para redimirlo con más fuerza dejándonos pisar una vez más su sacratísimo corazón: la Eucaristía. Es el momento de amar a Dios en la contemplación de la Eucaristía profanada.
Hoy los católicos estamos llamados a defender a Nuestro Señor y llorarle al pie del sagrario, defender la verdadera presencia de Cristo en la Eucaristía, aumentar nuestra adoración al Santísimos Sacramento del Altar preparándonos para un dolor del mismo calibre que el que sufrieron nuestros hermanos al ver a su Señor en una Cruz, sin poder hacer nada. Tenemos que rezar cada vez más para pedir al Espíritu Santo ver con gratitud y devoción al Señor en ese pan, para llegar a sentir dolor por esos ultrajes que caracterizan cada vez más el misterio eucarístico, hasta el punto de poderle defender con nuestra vida. Porque los cristiano de hoy, igual que muchos se escaparon en ese Jueves Santo, hoy se escapan de la vida eucarística. Los cristianos de hoy creen que Cristo murió en la cruz, pero más del 40% no cree que está en la Eucaristía[3]. Ésta es una tragedia que el demonio aprovecha, porque él sí que sabe que está presente en la Santa Comunión, por eso se está tomando tantas molestias para atacar a Dios con estos sucesos. Y por eso sé que se repetirán y extenderán, llegando a cumplirse tarde o temprano (aunque parece ser que más bien temprano) la abolición de la Eucaristía pública. Porque el anticristo no surge de la noche a la mañana, sino que se prepara y cumple un plan estratégicamente planificado de forma inteligente y ansiada, oscura y sibilina, hasta que se manifiesta claramente. Cristo ya le venció, lo sabe, pero precisamente por eso lo que más le interesa, en su impetuoso y excéntrico odio a Dios, es que el mayor número de hombres puedan condenarse, pues a Dios le puede herir consiguiendo la condena de las almas humanas que Dios ama. Así que todo lo que está ocurriendo con la eucaristía como las profanaciones, robos, insultos, exigencias con respecto a la comunión, tiene un sentido y una dirección concreta: injuriar y denigrar la presencia de Cristo en la tierra que nos da vida, la Eucaristía.
De la denigración a un mayor fervor
Sin embargo, en este tiempo de adviento y de esperanza sabemos que el mal no tiene la última palabra. Dios permite el sufrimiento, la persecución, los castigos y el mismo pecado porque siempre ve tras él un bien mayor. Lo que ha acarreado esta serie de insolencias blasfémicas es una consolidación más profunda de los católicos en la fe, quienes se han visto obligados a posicionarse. Y esto nos trae a otra interesante reflexión. Desde la Buena Nueva solo cabían 3 posturas rotundas (aunque luego haya grados): los creyentes (calientes), los no creyentes (fríos) y los que se olvidan de tomar realmente una decisión (los tibios). Todo lo que ocurre en este último siglo, pero especialmente en estos últimos años y cada vez más, es una disminución de los tibios, los que vomita Dios[4], quienes se ven forzados a posicionarse. Es fácil ver que hoy al creyente no se le deja en paz y se le fuerza a tomar una postura realmente suya. Pues aquel que no está convencido abandonará su fe, y quien no se había manifestado rotundamente en la práctica ahora podrá decidirse. Personalmente veo en esto el cumplimiento progresivo de la profecía de Jesús en su discurso escatológico de la separación de las cabras y los cabritos[5] o de la parábola del trigo y la cizaña[6], algo que promoverá una disminución de los cristianos, pero a la vez un aquilatamiento de los mismos. En palabras del Cardenal Joseph Ratzinger haciendo referencia a la iglesia de finales del segundo milenio[7]:
“Podría ocurrir que la ausencia de Dios -Metz lo formuló de un modo un tanto extraño, como la «crisis de Dios»- sea tan fuerte, que el hombre entre moralmente en barrena y tengamos ante nosotros la destrucción del mundo, el apocalipsis, el caos. También se puede contar con esa posibilidad. No debemos excluir un diagnóstico apocalíptico. Pero, incluso entonces, contaríamos con la protección de Dios que acoge a los hombres que le buscan; y el amor siempre es más fuerte que el odio.” […]“…la Iglesia también irá adquiriendo nuevas formas. Será una Iglesia de minorías, menos identificada con las grandes sociedades, y compuesta por círculos de creyentes plenamente convencidos, con vida interior; y entonces la Iglesia podrá ser mucho más operativo”.
En resumen
Son tiempos difíciles marcados por una persecución hacia la Eucaristía que atentando a los cimientos de la fe cristiana (la eucaristía, la familia, el Evangelio, la educación de nuestros hijos, nuestro credo, etc.) nos obliga cada vez más a decidirnos seriamente por Cristo o a renegar de él, cumpliéndose esa separación de los que son de Cristo de los que no lo son, y que va asociada a su próximo regreso glorioso o, por lo menos, al juicio de las naciones. Así que, para los que somos de Cristo, todo sufrimiento aquilatador será bienvenido, pues nos acerca a lo que más pedimos: “Venga Señor tu Reino”, Maranatha[8].
Diego Cazzola
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[1] Aquí una entrevista con el señor Abel Azcona donde destaca el penoso intento de justificar que su actuación no quería provocar más que otros de sus trabajos: https://youtu.be/RAQLNxlYddQ?t=288
[2] “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena”. (Jn 19, 25-30)
[3] Según una encuesta de CARA de 2008, cerca de seis, de cada diez católicos (57%) están de acuerdo en que Jesucristo está realmente presente en el pan y el vino de la Eucaristía, bajando un 6% con respecto a 2001.
(http://cara.georgetown.edu/wp-content/uploads/sacraments/masseucharist.pdf)
[4] “Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca” (Ap 3, 15-16).
[5] “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda” (Mt 25, 31).
[6] “Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero” (Mt 13, 24-30).
[7] Entrevista de Peter Seewald al Cardenal Joseph Ratzinger recogida en el libro “La sal de la tierra: Quién es y cómo piensa Benedicto XVI” Madrid: Palabra, 2009, Cap. 3. www.mercaba.org/Benedicto%2016/la_sal_de_la_tierra_3.htm
[8] Parece ser que el apóstol utilizó la expresión “El Señor viene” en arameo, a pesar de que la epístola fue escrita en griego, porque ya había adquirido cierto crédito o circulación entre los creyentes como expresión de la esperanza de la Segunda Venida de Cristo, en la mayor parte de las versiones de la Biblia, como en el caso de la Biblia Jerusalén, Nacar-Colunga, RV 1909 o la versión inglesa KJ, aparece impresa la palabra “Maranatha”, propiamente es: “¡Si alguien no ama al Señor, que sea maldito! «El Señor viene»” (1Co, 16, 22).